TIC – TAC –
TIC – TAC…
-
¿Dónde la guardé? – se preguntaba en voz alta el anciano que,
con manos temblorosas, rebuscaba en los distintos cajones de la cómoda,
lanzando las cosas guardadas en ellos en distintas direcciones.
TIC – TAC – TIC – TAC…
-
Hubiese jurado que la dejé aquí, ¡aquí mismo! ,
¿cómo es posible que no esté ahora? – habló
visiblemente nervioso.
Estaba sólo, como siempre había sido, nadie podía haberla
cogido, pensaba para sí mismo, ¿para qué hubiese querido nadie coger una ordinaria
llave cuando sólo tenía importancia para él y nadie más? Cuando en la casa
podía observarse a simple vista, multitud de objetos de valor que habrían atraído
la atención de cualquier amigo de lo ajeno, como para fijarse en una vulgar
llave.
El anciano se jactaba de tener una mente extraordinariamente
lúcida, para cualquier persona a su avanzada edad. Podía exponer, con
minuciosos detalles, hechos acontecidos mucho, mucho tiempo atrás, pero también
se acordaba de esas cosas cotidianas que hacía todos los días… qué había
desayunado, cómo había limpiado las migas de la mesa, lo que había leído en el
periódico hace escasamente unas horas, las palabras de cortesía que había
cruzado con su vecino del quinto.
Llevaba la tosca llave siempre colgada de una cadena sin atractivo
alguno, alrededor de su cuello, y no era una tarea simple, a pesar de su tamaño
comedido, ¡la llave pesaba lo suyo! La fría mordedura del metal contra su piel,
y el lastre que marcaba su cuello, le recordaba, segundo tras segundo la
importancia de mantenerla cerca de él, aquel para quien sólo tenía significado
esa ¡maldita llave ahora desaparecida!
Sólo se la había quitado unos escasos momentos, lo justo
para asearse, y, como siempre, la había colocado con denotado esfuerzo sobre la
bandeja de plata, que se haya sobre la cómoda que estaba asaltando.
TIC – TAC – TIC – TAC
El anciano sudaba copiosamente, debido al esfuerzo que
estaba realizando en, hasta el momento, frustrante búsqueda… ¡maldita llave! ¿Dónde
estarás?
Con acuciado esfuerzo se puso de rodillas y miró debajo de
la cómoda.
Nada… nada de nada…. ¿pero cómo demonios era posible que la
hubiese perdido?– se seguía preguntando. Si hubiese tenido aún pelo, se lo
habría arrancado ahora mismo, presa del desasosiego que le embargaba.
TIC – TAC - TIC – TAC
Quedaba poco tempo. Levantarse fue más duro que
arrodillarse, las articulaciones se resistían, cuan oxidadas bisagras sin
aceitar, pero el punzante dolor le recordaba al anciano lo vivo que aún se
encontraba.
El viejo se sentó en el filo de la cama, deshaciendo la perfectamente
arreglada y cuadrada colcha.
-
Queda ya poco tiempo – expresó el anciano, encogiéndose
de hombros, lanzando un profundo suspiro mientras agachaba la cabeza con
resignación, y se masajeaba el pecho, con cuidado, allí dónde se dice se
encuentra el corazón.
TIC – TAC – TIC – TAC
En el silencio que reinaba, ahora que el anciano había
claudicado ante lo inevitable del destino, el sonido del segundero martilleaba
sus tímpanos, con un ritmo en “crescendo”, del cual el viejo comenzaba a ser dolorosamente
consciente.
TIC – TAC – TIC – TAC
El anciano se tumbó sobre la colcha, cerró los ojos, se
abrió la bata, y rebuscó a tientas, en la oscuridad que reinaba tras los
párpados, con dedos temblorosos y arrogados por la edad, la cerradura que se
encontraba en su pecho, justo un poco a la izquierda del centro, allí dónde
tiene que encontrarse el corazón.
TIC – TAC – TIC – TAC, golpeaba con estruendo en los tímpanos
del anciano el paso de cada segundo.
TIC – TAC – TIC …
El reloj paró, gastada la cuerda, y el viejo dejó de
respirar en ese mismo momento, flácido sus miembros cayeron junto a su cuerpo.
A los pocos segundos se oyó un maullido, si el anciano
hubiese seguido vivo habría visto adentrase en la habitación al gatito del
vecino quien, de vez en cuando iba a su casa, buscando las latas de atún con
las que el anciano le agasajaba. Lentamente el felino se acercó a la cama, para
colocarse junto al anciano con un ágil salto, y allí, se hizo un ovillo junto
al viejo, y dejó caer sobre la mano abierta y ya por siempre inmóvil del
anciano, lo que llevaba en la boca… la llave colgada de la cadena que el viejo
había estado buscando con tanta ansiedad, la llave que permitía darle cuerda al
reloj de su corazón.